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Ilustración Esther Sorribas



Durante un largo tiempo buceó en un profundo mar de emociones.

Pasaron días y noches perdiéndose entre las fuertes y poderosas olas del mar. Y cuando las aguas se calmaban, cientos de peces de colores se dejaban ver, y ella bailaba… y ella lloraba…y ella soñaba…

Se hizo un vestido de algas y corales soñando el sol, la arena y la playa.

«Sigue a tu alma, sigue a tu alma», escuchaba una y otra vez, «sigue a tu alma allí dónde vaya, porque ella es sabia y bondadosa, ella te llevará a la luz, confía».
Y así fue.

Una noche de verano vio una luz en la oscuridad que la guió y la salvó. Al salir por fin del agua, el viento limpió y se llevó sus lágrimas y sudor, de esta vida, y de otras vidas.

Enterró sus pies bajo la arena. Sintió la fuerza de la tierra mojada y el calor del sol cubriendo su joven y viejo cuerpo fatigado. Dejó que las olas del mar, ahora en calma, acariciaran su alma delicadamente, caricia tras caricia.

«Es hora de reposar en esta orilla», dijeron.

«Sí, mi alma y mi cuerpo están cansados», respondió ella.

Y entonces supo que no hace falta nada más. Pensó: «Está todo aquí, aquí está la paz. Aquí está el amor, el descanso… Aquí junto a mí, en mí, en ti, en Dios. No hay nada más. Dejo de buscar. Me abandono».

Respiró. Descansó. Por fin sintió la belleza del mar y la suya reflejándose en él.

«Y…¿después? », preguntó algo miedosa.

Y una voz que se alejaba le respondió: «Después… después volarás libre dónde el viento te lleve. Cielos infinitos esperan.»

Ella volvió a respirar profundamente y puso sus manos sobre su corazón, y ahí se dejó caer, y en ese momento de sus espaldas nacieron unas blancas y suaves alas.

 

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