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¿Cuántas veces me recreo en el sufrimiento, en ese sentimiento por el que me dejo arrastrar, convirtiéndome en su víctima, haciéndome pequeña y pequeña, creyéndome  y sintiéndome incapaz, tonta, vulnerable, miedosa, irresponsable, dudosa…?

Me dejo llevar por el sufrimiento, que no es más que lo que mi mente contaminada me hace creer, borrando las pistas que me llevan a mi Interior. Sigo los dictámenes de mi cabeza dando vueltas a lo mismo una y otra vez.

Me hago daño. Me debilito, me voy por caminos sin dirección. Busco porqués y culpables. Hago juicios.

Me vuelvo esclava. Me adentro en una cárcel. Me vuelvo víctima.

Mi cuerpo, tan sabio, se resiente, me arrugo, me tenso, me enfermo. Él se encierra sobre sí mismo, en una pequeña espiral, y yo no lo escucho, creo que va por libre. Me aposento en cualquier esquina esperando que una mano me saque de ahí o me resigno sin más.

Soy yo misma la que puedo levantarme y salir de ahí, de ese agujero oscuro que parece no tenga final ni luz, y caminar, encontrar que dentro de mí hay otra cosa poderosa.

Puedo sentir que alguien me hizo daño, pero he de saber que esta herida forma parte de mí. Entonces, sólo yo la puedo curar, sólo yo soy la responsable de eso.

Del mismo modo, puedo mirar esa parte mía que siempre entendí, a modo de juicio, como incorrecta. Puedo mirarla, aunque me duela y aceptarla, porqué esto es aceptarme.

Así que depende de mí querer sufrir o no, y yo decido. Decido no sufrir, si no sentir ese dolor, aunque sea profundo, aunque duela. El dolor duele y así ha de ser, como una ilusión alegra, un deseo excita, o un miedo te hace temblar…

Cuando decidí que no quería sufrir más de esta manera, me liberé y aprendí a sentir el dolor como una forma más de vivir. El dolor puede aparecer siempre porque forma parte de nosotros/as, de algo que nos trae la vida y que nos da, una vez más, la oportunidad de aprender.

Podemos estar con él y abrazarnos de nuevo. Es difícil, sí, quizás lo más difícil que hagamos, pero vale la pena sentirlo, tocarlo, conocerlo, soportarlo, hablarle, llorarlo, comprenderlo, abrazarlo… para poder seguir el camino desde un lugar más bello, amoroso y sincero.

Aquí dejo unas palabras extraídas del libro «La locura lo cura», de Guillermo Borja, que me parecen del todo interesantes y que a mí me han ayudado mucho.

Confundimos el sufrimiento con el dolor. Hago una distinción: el sufrimiento es un contenido enfermo. No hablo del sufrimiento poético ni del sufrir de los místicos, sino del sufrir masoquista del que se aferra a vivir mal, del que se repite y genera para sí un adicción al malestar interno y externo. El sufrimiento evita el contacto con el dolor; al fin y al cabo, preferimos sufrir antes que aceptar y sentir el dolor. El sufrimiento es una capa externa que desquicia, que lo vuelve a uno incongruente. Es un acto irracional que, o bien nos induce a la parálisis, o bien nos vuelve hiperquinéticos. El dolor es estar en contacto con lo que sentimos: con nuestras carencias y con nuestra esencia. El dolor tiene cualidades y calidades. El sufrimiento es estruendoso y el dolor es silencioso, quieto, interno y propio. Es un estado de soledad El sufrimiento es exhibicionista, quiere estar presente y tener testigos ante quienes representar el acto heróico; de otro modo, no tiene chiste. El sufrimiento es eufórico.
Lo difícil es ir del sufrimiento al dolor. El dolor no tiene comprensión, solo aceptación; en el dolor se acaban los porqués. Fui yo. No hay más.

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